Como fotógrafo profesional, he vivido muchas cosas, pero la experiencia de la sesión de San Valentín del año pasado es algo que voy a recordar por mucho tiempo. Y con mucho gusto.
Llegó puntual, con una bolsa gigante de ropa al hombro y una pequeña bolsa de papel en la mano que, según la etiqueta, sugería que el contenido era un vino espumoso fino. La ayudé a quitarse el abrigo y mi nariz registró el agradable aroma de un perfume que inmediatamente me erizó los pelos de la nuca. Sonrió, con sus ojos azul grisáceo que delataban que sabía muy bien quién era.
Habíamos acordado una sesión de dos horas con fotos estilo budoir y un par de desnudos. Ella quería fotos sexys como regalo de San Valentín para su pareja. Empezamos hablando de lo que ella tenía en mente, le recomendé un par accesorios y yo estaba ansioso de ver cómo saldría todo.
En la conversación quedó claro que se trata de una mujer que sabe lo que quiere, sabe articular sus ideas con precisión y tiene un montón de ideas que me sorprendieron y encantaron incluso a mí, un profesional experimentado. Para que me haga una idea de su aspecto, me había enviado algunos selfies suyos. Tenía alrededor de cuarenta, con una figura de estatua renacentista y llamas en los ojos. Una mujer madura y con chispa. Como me gusta.
«¿Puedo ofrecerte café, té, agua...?.» Me detuvo con un gesto de la mano y me entregó la bolsa con la botella: «Si no te importa, podemos abrir esto. Quiero disfrutar plenamente de la sesión de cabo a rabo.»
Mi expresión debe haber sido muy clara, pero agregó:
«Nos separamos, así que no va a haber ningún San Valentín. Pero qué demonios, amores ha habido y los habrá. Decidí que quería las fotos de todos modos. Para mí. Como una celebración de belleza, sensualidad y libertad. ¿Quieres brindar conmigo?»
No bebo mientras trabajo, pero no quería rechazar esta oferta. Serví una copa y brindamos el uno por el otro. Las fotos van a salir mejor.
Erika se fue detrás del biombo para prepararse. Salió un momento después con un corsé de encaje, ligueros, medias rojas y tacones de aguja todo en rojo. El pecado encarnado. He fotografiado a muchas modelos, más jóvenes, con cuerpos perfectamente refinados, pero a la mayoría les faltaba algo. Erika, en cambio, tenía ese algo. Cada milímetro de su piel parecía irradiar animalidad.
Cada movimiento de su cuerpo era como el estiramiento perezoso de un gato. Posó sobre una colcha de satén blanco tan despreocupadamente como si lo hiciera todos los días. Hice clic en una foto tras otra y tuve claro que elegir las mejores sería un proceso doloroso. De repente, bajo las luces hacía un calor insoportable. Cambié las luces y empecé a hacer mi magia.
Garganta blanca con la cabeza inclinada, silueta, resplandor oscuro. La animé y la guié en voz baja y Erika respondía de inmediato exactamente como yo quería. No exageró ni un poquito, ni siquiera un asomo de sonrisa misteriosa. Podía sentir cómo me empezaban a encoger los pantalones. ¿Qué demonios me pasa? Este no soy yo.
Desde su posición boca abajo, se puso boca arriba, apoyó la cabeza con una mano y me tendió la otra: «Ven conmigo.»
Fui como hipnotizado y las comisuras de Erica se abrieron en una sonrisa triunfal al ver mi entrepierna: «¡Vaya, vaya! Si esto le pasa a un profesional como tú, es claro que estoy haciendo las cosas bien.»
«Ni lo dudes,» sacudí la cabeza con incredulidad, «no sé si no debería pedirte disculpas.»
«¿Y si en lugar de pedir disculpas te pones más cómodo durante la sesión?»
Pensé que estaba soñando, pero al mirar a Erica a los ojos, me di cuenta de que hablaba completamente en serio. Dejé la cámara en la mesita y me acerqué a la cama. Se arrodilló, se acercó y me dio un tímido beso en los labios, chupando un poco el inferior. Casi me voy en seco antes de desabrocharme el cinturón y poder sacarme los pantalones. Se quitó las bragas, las arrugó en la mano, las olfateó y me las dio. Estaban calientes, húmedas y perfumadas con sus jugos.
Evidentemente, la sesión de fotos la había puesto cachonda. La tomé por el cuello y la tumbé suavemente en la cama. La besé, le amasé los pechos, le desabroché el sujetador en un santiamén y la ayudé a desnudarse. Erika se quitó los zapatos, dejándose sólo los ligueros y las medias. Una combinación potentísima. Me deslicé por la cama hasta su entrepierna y aspiré su aroma. Enterré mis labios y mi lengua en ella y empecé a besarla y chuparla.
Me pasó los dedos por el pelo y ronroneó. Tenía la verga parada y dura como un obelisco mientras yo saboreaba. Sabía de maravilla y no sabía si quería ahogarme en ella o empezar a garcharla de inmediato. Me liberó del dilema tirándome del pelo y saboreando sus propios jugos besándome y chupándome la lengua. Eso me calentó todavía más. Me apoyé en el codo y apunté hacia dentro, y ella me encontró a medio camino.
Me deslicé como una anguila en una grieta de un solo golpe largo. Con movimientos lentos, me sumergí en ella y volví a salir a la superficie hasta que ella hundió los dedos en mis mejillas y me indicó que acelerara. Estiró una pierna y la deslizó por debajo de mí. Me agarró dentro de ella y arqueó la espalda. Sabía lo que quería y se lo di.
Sus contracciones no hicieron más que confirmarme que no me equivocaba. Dejé que jadeara, me arrodillé sobre ella y la hice rodar suavemente sobre un costado con la pierna doblada en el aire. Penetración máxima. Apuré el ritmo y sentí que más profundo no podría estar. Su vientre se abultaba con cada empujón y Erika sólo jadeaba y sus dedos se clavaban en la almohada. Salí de ella, dejé que se pusiera a cuatro patas y se la metí por detrás, con la mano izquierda en su cadera, la derecha en su hombro derecho, marcando un ritmo rápido. Se dejó caer sobre los antebrazos y empezó a gemir suavemente.
Busqué a tientas la otra almohada y le di unas ligeras palmaditas en el culo, haciéndola girar sobre su espalda. Obedeció como si hubiéramos concertado la señal hace mucho tiempo. Puse sus piernas sobre mis hombros, un ángulo es absolutamente mortal para muchas mujeres, y Erika no fue una excepción. Bastaron un par de arremetidas y empezó a temblar. El punto G puede existir o no, si existe, lo reconoces. Sus pupilas se dilataron, abrió la boca y levantó la cabeza. Entonces sentí contracciones más fuertes que la primera vez. Erika echó la cabeza hacia atrás y respiró profundamente, hermosa en su éxtasis.
«Quédate adentro...» suplicó.
Unas cuantas arremetidas durante sus contracciones y el hecho de saber que no tenía que salir fueron una combinación insostenible. Acabé como hacía tiempo que no lo hacía, me palpitaban las sienes y entrecerré los ojos. Agotado, me desplomé a su lado y Erika me besó en el hombro.
«Hmmm», dijo agradecida, «esta sesión de fotos no ha estado para nada mal. Pero ahora dime cómo recuperar la forma fotogénica.» Se rió.
«Ya se nos ocurrirá algo», murmuré, con los ojos desviados hacia el cuarto de baño. El cristal lechoso de la cabina de ducha, salpicado de pequeñas letras "V", me dio una idea. V como símbolo del sexo de la mujer. V de Victoria. O el día de Valentín. Un San Valentín sin igual....
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Autora: Marina Deluca
